domingo, mayo 22, 2005

Ruth, la digresión de una mirada

Ruth es la protagonista de la novela que escribo. Es una mujer ocurrente y la mirada que signa en escritura trasciende la propia novela. Por ello hay un montón de reflexiones que no fueron menester en la novela y quedaron sueltas: atisbos de parafilosofía, menudencias axiomáticas, etcétera.
He aquí uno:


"...Elfriede Jelinek, esa sádica, nos habla del espíritu contemporáneo de hacer del vertedero de las suciedades, de las excreciones, la fuente del goce. En el fondo ella sólo da constancia de un hecho primero sustentado en el paganismo sexual que convoca el cibersexo de la internet y después en la reflexión de filósofos como Zizek. Si bien Jelinek, es insoportable, una nazi igual a los nazis contra los que despotrica, da perfectamente cabida a ese realismo sucio, casi hiperreal, de los comportamientos de las nuevas sociedades al amparo de la informática. Los postmarxistas, por otro lado, hablan del consumo de los desechos. Yo añadiría que les hemos creado a los jóvenes y a los no tan jóvenes de estas sociedades tecnológicas, la fantasía de que hay un más allá siniestro y gótico donde el goce es absoluto y donde se atraviesa la frontera de la ética para adentrarse en los territorios de la maldad pura. Toda esa fascinación por los desechos y las cadenas, el espectáculo de la violencia y lo escatológico, es por demás, pura piel, puros bordes. Es como si apeláramos al asombro que nos produce lo inmoral para encontrar un sentido –un nuevo muro, un límite, diría yo. "


Es lo que dice Ruth, arrebolada en su sillón con un coordinado de lino. Encerrada en un cuarto de escritura.
Y lo he visto, he constatado la fascinación de algunos escritores jóvenes por ese paganismo sexual que convoca el ciber espacio. La verdad me da risa que se lo tomen tan en serio. Son apologetas de una fe que nunca ha sido, adoradores de bisutería sexual que no toma al toro por los cuernos: no signan el drama de quienes apuran los genitales bajo el auspicio de los cronómetros; señalan conductas, pero se quedan en esa piel del mundo que reitera naderías.
Me interesa mucho cómo algunos han hecho de la escritura un camino estético de escatología y dizque maldad. Nuevas versiones de Darth Vader haciéndose una puñeta.

viernes, mayo 06, 2005

La lluvia

Ninguna ciudad que se ostente desértica está preparada para la contundencia de 5 días de lluvia. Los ánimos cambian, y la melancolía -esa otra- corre pandémica.
El espíritu se afloja, la sangre fluye más lentamente, los enconos se disipan en las nubes de humedad que pululan en rededor. Y es que ésta es una lluvia particular: no es torrencial sino cansina.
5 días y parece que ya no podemos más, la lluvia comienza a calar los huesos, la estulticia se infiltra en nosotros con cierta arrogancia.
Cuándo va a detenerse -pregunta la gente- cuándo se le ocurrirá parar.
Mi perro, mi pequeño Voltaire, que es valiente con todo menos con la lluvia, gime noche tras noche. A veces es un aullido reventador, otras, las más, es un sutil gemido, melancólico, como el de los poetas.
De la melancolía hay un pasito a la locura; Erasmo de Rotterdam, o mejor dicho Gert Geertsz, que así se llamaba nuestro pensador renacentista, contrapone de la locura a secas, una locura infinitamente superior que nos lleva a disparates como perdonar a nuestros enemigos. Se trata de una salida a esa racionalidad impecable que construían sus coetáneos. Para Erasmo la locura estaba poderosamente ligada a la fe. La locura, sin embargo, es más interesante.
Pero que Erasmo pensara una salida a una racionalidad excluyente, merece nuestro aplauso.
La lluvia, ésta, se constituye en paranormal para quienes estamos acostumbrados a los golpes de calor cuando abrimos las ventanillas del auto.
Entonces, festejemos esta lluvia que nos transforma en otros.

domingo, mayo 01, 2005

Pessoa y la telaraña

Una discusión grande e imprevista como tango se ha dirimido entre mi amiga D. y el que escribe. El asunto viene de muchos años atrás. Tiene mucho que ver con mi ostracismo y con la duda razonable de que la literatura trasciende lo que leo de literatura regiomontana. Daniel de la Fuente, ha inquirido valientemente sobre esas dudas.
He aquí un fragmento lúcido como ilustrativo de Tabaquería de Pessoa, que así es como D. resuelve el terrible crucigrama de las opiniones encontradas.
Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario
como un perro tolerado por al gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy
sublime.

pd. inofensivo:
Un abrazo a quien se enoja y pierde la prudencia porque ésa es su libertad indiscutible, aunque sólo sea en los límites del abominable mundo de la red.

Hacer la nada

He cambiado de sitio. He movido mi escritorio y ahora puedo ver los holanes del Cerro de la Silla. La calle de enfrente, también: una mujer con el niño en brazos solla al carbón con un trozo de papel; un hombre joven usa una de esas cortadoras de césped en sus dos metros cuadrados de jardín. Siempre he dicho que esta es un colonia pretenciosa que da risa. Es curioso cómo los domingos la gente sale de sus casas a una suerte de marcha triunfal de higiene y desinfectante: limpian los claros de las puertas, los alféizares, bruñen no sé cómo el romo concreto de sus patios; atisban a los niños mientras cruzan miradas de condescendencia con los vecinos, algunos hasta platican del clima o del alza del gas. Respondiendo a las demandas de mi hermano que a su vez fueron sugerencias de un cliente suyo, Un viejito que quería deslindar un predio, me dijo, ahí tienes que el señor llega a mi oficina y saca unos palitos de metal y empieza a sentir las vibras, Es pura cosa científica, prosiguió, y zas! que detecta una zona de la oficina que tiene el mal, por eso uno de mis trabajadores se la pasa de huevón todo el día, !claro! cambié el orden del mobiliario, no quiero malas vibras.
Cuando estrené esta casa, dispuse el escritorio contra una pared. Siempre escribe orientado hacia el norte, me dijo el tío Rodolfo, eso despeja de nubarrones la conciencia. Pero también hubo motivos técnicos: el norte de la pieza conectaba con el estudio de Javier y ambos compartíamos la conexión de internet: un agujero en la pared hizo posible la sana convivencia electrónica. Cuando me disponía a escribir, alterado de imágenes que suponía los más altos registros poéticos, ya sentado frente a la computadora y por lo mismo, frente a la maldita pared, ocurría un olvido, una desmemoria que me empujaba invariablemente a abandonar las letras y a navegar en el soporífero entretenimiento de la red. Curiosamente, cuando la escritura resultaba necesaria como urgente (un artículo, la entrega de un capítulo de novela, etc), salía exprofeso del estudio y me instalaba en el comedor, ahí la escritura se deslizaba ocurrente y plástica. Es que eres minimalista, me dijo Javier, y en el comedor hay mucha limpieza visual. Es por la ventana, pensé, me gusta mirar más allá. Es porque en ese estudio "hay algo", concluyó mi amiga C., tan propensa al sicoanálisis, Habría que formar una comisión para analizar ése ambiente.
Por supuesto que sin artefactos de difícil manipulación, ergo: palitos de metal; y atendiendo a una y todas las sugerencias, cambié el escritorio y lo dispuse frente a la ventana que da a la calle. El mundo cambió y hoy puedo escribir dudas razonables y entregas de graciosa bisutería.

Los límites de la conciencia

El 18 de Marzo de 1943, Octavio Paz escribió a Pablo Neruda la famosa carta “Respuesta a un Cónsul” donde daba una severa crítica al poeta chileno sobre su estética “contaminada por la política, su política por la literatura, y su crítica… como mera complicidad amistosa”. En esa época, señaló Paz muchos años después, “el mayor peligro de los intelectuales era el abandonar la autonomía, la conciencia crítica”. ¿Qué principios defendía esa autonomía, cuáles valores la sustentaban, la hacían posible? Neruda, como muchos otros intelectuales latinoamericanos, procuró hacerse de un discurso que lo convirtió en apologista de una fe, el socialismo, que dados los terribles errores históricos con los que ahora carga, nos ha dado pensadores, escritores e intelectuales, dudosos de sus propios valores sociales, culpíjenos de su autonomía, abonados a la cuenta corriente de la hipnosis mediática que demoniza a la izquierda con los mismos argumentos de los años cuarenta y cincuenta.
Vivimos en un ámbito del pensamiento donde la culpabilidad que generó el socialismo de estado al discurso social nos hizo entrar en una suerte de esquizofrenia que el gobierno mexicano antes y después del año 2000, ha sabido capitalizar para excluir y vilipendiar del discurso de académicos e intelectuales, todo aquello que huela a izquierda. Si a alguno se le ocurre cuestionar la pandemia de pobreza extrema que sufre este país o el fracaso del neoliberalismo como doctrina ideológica, ahí está el gobierno federal que nos hará retroceder (para que no nos quede duda de nuestra culpa histórica) a los campos de concentración de Stalin, al populismo de los años 30, al mesianismo de Chávez, etc. No por ello fue obvio que la transición democrática en México, fue hacia la derecha.
Más allá de las elecciones del 2000, sin embargo, las relaciones entre los intelectuales y el poder cambiaron sustancialmente. Dirimido el problema de la democracia electoral, tocaba ahora reflexionar sobre la ciudadanía democrática: así, se discutieron y hasta hace poco se discutían los derechos de las minorías, la libertad de expresión, la transparencia gubernamental, y otros tantos retos que en nombre de la democracia tomaron relieve en las páginas de la prensa nacional e internacional. Mientras la democracia no saldara tales deudas, era difícil que la ideología ocupara un lugar importante.
Pero ahora hay un momento de silencio, una calma chicha como la del ciclón que toma un respiro. Y la democracia que hacía posible una discusión diferenciada de los problemas de la sociedad mexicana, ahora ha sufrido una franca regresión: juega por su propia sobrevivencia.
Quienes más deben llevar la conciencia crítica de una cultura –Apunta Fernando Savater- son aquellos que tienen el poder de generarla. Si no vemos el peligro que hoy enfrentamos al dejar vulnerable a la democracia, es posible que mañana esa autonomía y esa libertad crítica que señalaba Octavio Paz, quede sepultada en la verborrea mediática que hoy se ha dado en saturar a la población de un espectáculo de milagrería.
El norte del país, por otro lado, se debe plantear retos mucho mayores. Sumido en la infatuación de un pensamiento único ha perdido la brújula de esa autonomía de la que hablamos: gracias a la fuerza económica de algunos medios de comunicación que han terminado por trazar los límites de la realidad y por lo mismo, las fronteras de lo que existe. Como en el caso del desafuero, tales medios tienen el poder de convertir a la verdad en duda, a la duda razonable en especulación herética, y a la acción política que defiende sus legítimos derechos en capricho faccioso. La paranoia y el temor, en muchos casos la ignorancia, se suman a la fila de lo que no hace posible esa independencia de conciencia crítica de la que hablaba Paz. Y es que cuando por ese mismo temor los pensadores sobreseen la argumentación de los principios y los derechos democráticos, ponemos a la sociedad en un ámbito que nos regresa los terribles errores históricos del comunismo que cancelaron la libertad de elegir.