Los diarios de un capitán sin nombre
Hacia la calle Venustiano Carranza, prócer viril que no hace turbamulta ni en Cuatrociénegas, hacia la calle digo, tomando Guachinton por la derecha o la izquierda, siniestra o la de dios según se vea, están los arcos que guarecen sendos camposantos. Uno El Roble, el otro El Carmen.
Si tan solo estuvieran los muchachos, algunos mozalbetes con tensión en las mejillas y la pierna aderezada sobre una barda impronunciable; si acaso pudiera oir sus risas desde lejos, su castañear los dientes una amapola entre los labios.
Uno camina derecho y se abre una capilla. Uno toma por el lado de las tumbas menos generosas hasta donde haya un Cuitláhuac un Eduardo, como usted quiera, un hombre que soñó batallas y que fue hilando fino pequeñas elegías para hombres mayores, con tino y sin una amapola entre los labios.
Ahí está la tumba. En la internet se puede encontrar una pequeña fotografía aérea, satelital o lo que usted quiera.
Dice el epitafio: aquí yace Cuitláhuac o Eduardo, nunca se supo.
Lo demás no se puede leer: hay tantos nombres en esta tumba.
(o el impredecible gusto hecho dogma)
Estos días, Daniel de la Fuente ha convocado a que suscribamos su página: http://elobservatoriocultural.blogspot.com/ , con el propósito de signar obras y autores de nuestro impredecible canon personal. Como me resultó imposible accesar a su blog, pongo no diez, sino treinta títulos y sus respectivos autores, para encarrilarnos al gusto de festejar a quienes han devorado nuestras pestañas.
(el orden es absolutamente arbitrario)
1.- Franz Kafka (El Castillo, El proceso, El libro del hambre)
2.- Fedor Dostoievsky (Crimen y castigo)
3.- Marguerithe Duras (Moderato Cantabile)
4.- Giovanni Boccaccio (El decameron)
5.- Jorge Luis Borges (El aleph)
6.- Albert Camus (La peste, El extranjero)
7.- Alejo Carpentier (El siglo de las luces)
8.- Camilo José Cela (Oficio de tinieblas 5)
9.- Miguel de Cervantes (El Quijote de la mancha)
10.- Julio Cortázar (Rayuela, Modelo para armar)
11.- Daniel Defoe (Robinson Crusoe)
12.- Lawrence Durrel (El cuarteto de alejandría)
13.- William Faulkner (El sonido y la furia, Mientras agonizo, Las palmeras salvajes)
14.- Xavier Villaurrutia (Obra poética)
15.- Gabriel García Márquez (Cien años de soledad)
16.- Juan Goytisolo (Reivindicación del conde don Julián)
17.- Günter Grass (El tambor de hojalata)
18.- John Kennedy Toole (La conjura de los necios)
19.- James Joyce (Ulises)
20.- Thomas Mann (El dr. Fausto)
21.- Alfonso Reyes (El plano oblicuo, Visión de Anáhuac)
22.- Jean Paul Sartre (La náusea)
23.- Jonathan Swift(Los viajes de Guliver)
24.- Mario Vargas Llosa (La guerra del fin del mundo)
25.- Juan Nepomuceno Pérez Vizcayno Rulfo (Pedro Páramo, El llano en llamas)
26.- Octavio Paz (¿Aguila o sol?)
27.- William Shakespeare (Macbeth, Enrique IV, Hamlet)
28.- Francois Rabelais (Gargantúa, Pantagruel)
29.- Homero (La ilíada, La odisea)
30.- William Blake (Poesía completa)
sé que faltan, faltan
adendum
31.- Walt Whitman (Obra poética)
32.- San Juan de la Cruz (Obra poética)
33.- Luis Cernuda (La realidad y el deseo)
34.- Marcel Proust (Por los caminos de Swann)
35.- André Malraux (La condición humana)
y deben seguir faltando
en los comentarios, podrán hacer sugerencias
(Con el propósito de entorilar una discusión)
Durante algunas semanas, el fantasma del canon ha merodeado los intríngulis de los dos. Los dos son Cuitláhuac y Eduardo, hermanos mellizos. Uno de ellos, acaso el que ha querido diferenciarse más pronto, desde algún escalón poco probable y altísimo, ha dicho que el canon, la tradición, son conceptos mucho más amplios y diversos, y hay quienes pretenden hacernos creer que tales conceptos sólo se despliegan en la prisión de la historia a la Hegel, a saber: la tradición local, el trazo geográfico que documenta nuestros chovinismos. Esa no es la herencia, dice Cuitláhuac, acaso sólo sea parte de ella.
La herencia más grande es devorar a los padres, dice, pero devorarlos implica orgánicamente hacerlos nuestros. Ese acto regurgitatorio deviene deconstruir. La palabrita derridiana nos asombra por su capacidad de renovar el discurso en la medida de su razón integradora. El post estructuralismo (que bien enseñó la crítica al metarrelato, a la gran respuesta) engendra también la suspicacia.
Y este pertinaz suspicaz (Cuitláhuac, que no el otro, más abnegado y amigo de la mitología), arguye que vivir en una ciudad de medianía -que no mediana, insiste- es vivir en una ciudad en la que mucho está por hacerse. De ahí que la herencia también se encuentre en otras latitudes, en otras razones.
Pero Eduardo advierte que toda crítica que se haga desde el yo furioso, termina por ser panfletaria.
Y es que uno de ellos piensa que esta ciudad está suspendida en la modorra.
Eso no ignora los trabajos y los días de ensayistas, tan valiosos como insustituibles. Pero la chusma quiere el debate, la razonada argucia, el intenso lavuro crítico.
Veamos:
Estos días, con motivo del X Encuentro Internacional de Escritores, ciertos ensayistas nuevoleoneses han iniciado un debate en torno a la comedida convocatoria (como irresponsable lo fue en la selección) del tema: Literatura, poder y civilización, homenaje a Jean Paul Sartre.
Sartre, uno de los pensadores más importantes del siglo XX, que nos enseñó que la libertad cuesta, y cuesta tanto como dejarnos en la más pura desnudez, comporta una obra tan nutricia como reveladora en un mundo que aún sitia a su sociedad con viejos procedimientos, vieja maquinaria -ahora unipolar- que sigue devastando al planeta a pesar de las facturas que la propia naturaleza comienza a pasarnos con todo y los impuestos: el Rita, el Katrina, el Stan, el sunami.
Sin duda, las circunstancias de un mundo bipolar, en las que Sartre arguyó razones, pertenecen al pasado. Aunque no del todo: siguen vigentes la pauperización del planeta, la falta de democracia, la perversión de los poderosos ausente de la más mínima ética, la aniquilación de los ríos y los mares, etc.
Pero hay otro Sartre, el del Ser y la nada, el de Las moscas, El de la Náusea, que pone de manifiesto el análisis de los mitos y cómo ese análisis es transhistórico. Sartre, a través de su corpus literario, resulta un clásico. Y los clásicos, son el otro rostro del presente.
De otro modo, denostar a los clásicos por una coyuntura del presente, resulta tan arbirtrario como empobrecedor; del mismo modo habría que juzgar a Borges por su relación con la dictadura, a Octavio Paz, por ése laberinto que hoy resulta poco asertivo, a Montaigne por haberse recluído en su torre. ¿Habrá que exigirle a Platón, su impericia e infortunio con las cuestiones de género?
Tengo la impresión de que el tema es otro. Queda claro que es nesesario desmonumentalizar a los clásicos -como dice Foucault- para enfrentarlos en un espacio más horizontal. Pero desmonumentalizar implica abrir la estatua del prócer, indagar más allá de su trazo pétreo. No se puede discutir con un monumento.
Decía que mi impresión era otra. La de discutir la figura del intelectual moderno, un intelectual que haya sabido devorar a sus clásicos para discutir con ellos, y que al mismo tiempo, tenga una clara conciencia del presente en el que vive. Es claro que el socialismo soviético resulta, en nuestro tiempo, un modelo autoritario que signó dramáticamente la vida y la libertad de muchos. Quien encuentra en el socialismo soviético un modelo para discutir nuestro presente, está condenado a convertirse en estatua de sal.
Pero queda también claro que el mundo en el que vivimos, no es un mundo donde se haya saldado la terrible desigualdad entre miles de millones de personas y un centenar de poderosos. El intelectual moderno deberá argüir entonces, razones más eficaces para encarar esta tragedia.
Un intelectual atrapado en viejos procedimientos de reflexión no es nesesariamente un intelectual desafortunado. Platón, sin duda, establece un procedimiento de reflexión que no es exactamente de ayer por la mañana.
Pero la historia no está ahí, como recurso civilizatorio, en balde. La historia nos ha enseñado a quedarnos con algunas de las reflexiones de los clásicos y nos enseña también a comprender aquellas otras razones que hoy resultan incompletas. En este sentido, el intelectual moderno, deberá saber precisar con qué se queda. Y yo, me quedo con Sartre. El Sartre de la literatura, de la libertad. Pero también con el Gide de "Viaje a la URSS", con el Octavio Paz de "Respuesta a un cónsul", con el Eduardo Subirats de "El continente vacío", con el Camus de "La peste", con Borges, todo Borges.