lunes, noviembre 22, 2004

Páramo

Las últimas semanas he viajado por las carreteras de Nuevo León. He visto poco. Casi nada. Los cerros pelones, la hortiguilla y el mastuerzo, la gobernadora y el mezquite. Puro rancho sin piedad ni agua. Es el milenario Golfo de Sabinas ocluído por la Sierra de Picachos.
El páramo me permite el silencio -a estas alturas difícil, ocurrente incluso- y el silencio acelera el peugeot y la metanfetamina.
La gente, detrás de esa piel de sol, grita.
Mi padre abre la ventanilla y escupe con su fuerza de setentayún años un collar de perlas y enfisema. Dice que tenga cuidado que es curva y no tiene peralte y es columpio y ése tráiler doble remolque.
Mi padre sus ojos pistola que jugaba con nosotros al tiro al blanco.

Tenía la necesidad de abrevar sobre los viajes, pero el viejo carrascaloso me hunde en la ternura.
El viejo, que estalla de violencia como si fuéramos chamacos. Y que inmediatamente después, nos da una de las gorditas que hizo mamá para el lounch.
Mi hermano y yo reimos de buena gana sus necedades, su fervor por seguir siendo nuestro padre vivo.