jueves, noviembre 11, 2004

Apuntes para la biografía del dictador

El seis de julio de 1998, en el Periódico El Sol, se publicó la siguiente noticia: Encuentran al infanticida y violador de la Coyotera. El hombre, de 68 años, contestó reiterativamente: yo estaba dormido, yo estaba soñando.

I

Si hay que hacer un inventario
consignen
la penumbra de escombros
una silla con su abismo predilecto
un cuello tenso una mirada de reptil
otra vez una mirada de reptil
y el surco de un escupitajo en la alfombra
pero sobre todo
-y aquí es donde resulta criminal-
esta cenicera que huele a patio.

(El piso de la última morada
es galera de reconcomio y várices
rostro a la intemperie
asonada en la vejiga
y este tufo a viejo
que pudre la boca.)

Cuando conjure el regreso
insistan de inmediato en la alcoba
y adviértanlo un televisor que muere.
Pero nadie querría encararlo
nadie los vecinos el del periódico una hija muerta
que se quedara frente a la ventana para siempre
con la boca rancia,
y que en cierto amanecer de reptil los ojos
empañó furiosamente el cristal a punta de ver cómo copulaban perros.

II

Se quedó dormido –dijeron unos (que eran la mañana y pájaros siniestro ruido de techos insana claridad de vecinas con todo y su mugre ardiendo)
dormido –reculó de calles el periodiquero
y de revólver cimbró la noticia
de sarna y niños en las nucas
con una hija muerta
que fraguó el incendio.


Alguien un puño en la voz
clamó la época en que fue de mármol
pero los últimos días
se iba quedando más tiempo dentro
siglos –confirmó la puta más dulce- pobrecito el niño
tan viejo.

III

Está otra vez en la cama
introduciendo los dedos
en ese hoyo negro por donde respira el chancro.
Hable de su hernia testicular
Diga cómo y en qué buró la hija muerta sonreía.
Que no diga su nombre ya se lo he dicho su nombre de carroña no lo diga ni en qué tarde secó los cuerpos en una de esas bancas que a nadie importan.
Hable de su mano que tiene prisa y empaña el cristal refocilando perros.

IV

Consignen esa mano donde se advierte la esculcadera. La mano de lagarto
que tapa la respiración del mundo.

Yo fui un rumor –dijo-, yo fui la loca muerte que hizo de incienso esos cuerpos, no me busquen una piel que no la tengo, un segadero debe ser pulcro, con la memoria en ceros y limpia la camisa, si acaso vivo de lo que resta: el estupor de mi primera eyaculación, el canto de los niños locos, de los niños azules, de las cabezas de los niños negros que adornan algunas paredes. El punto no es de dónde vengo.

Que diga la verdad –chillan los vecinos- de cuál bandera se prendió para chupar al mundo de qué arma blanca se hizo para resplandecer la noche.
Vas a quedarte a oscuras –chillan.

Son los niños azules, son los niños con huecos donde los ojos. Es este aire, es este rostro de intemperie.

V


¿Y los ojos de loca de la niña muerta?
Ya lo he dicho.
¿Y esa piedad al ver copular a los perros?
No mienta
Se huele la nostalgia al sentir la mordedura.
Y después de cada noche, los ojos de los niños muertos dejaban siempre algunas lágrimas y ahí estaba el oprobio.
Que no diga su nombre nadie dijo aquí su nombre nadie tocó su puerta.


VI


Yo lo he visto fue cuando la bruma aniquila el olor del puerto una noche espesa descansó en mi vientre como si de húmedo y adentros lo guareciera del invierno; lo vi una vez de apretar mandíbulas y en las manos frías se advirtió el negro designio la sarta de iniquidades que hoy le secuestran.


VII

Yo estaba dormido: era una lápida desde hace tiempo, yo no vi a los niños, ni en qué agua de pozo esperan con la boca abierta. Yo era un sueño.