sábado, mayo 29, 2004

Guillermo Vidal y siguen pasando mentiras cantidá

Era el verano de 1998, hace casi seis años, terminaba una ponencia sobre el poder y la literatura; hablaba de la novela, de la importancia de que la novela fuera el recipiente de otros discursos como la poesía, el ensayo y el teatro. Cuando terminé, un hombre enjuto, barbudo, prieto y con unos anteojos Jhonn Lenon, se me acercó con una sonrisa que desarma a cualquiera y me felicitó por mi ponencia. Nunca imaginé que tal hombre se interesara por la reflexión de un joven escritor. Esa felicitación fue suficiente para pasarme con la cara de bobo el resto de la tarde. Me dio dos de sus novelas, Matarile y Confabulación de la araña. Era Guillermo Vidal Ortiz. En ese momento nadie le conocía en México, o quizá sólo unos pocos. Después, los premios y el reconocimiento internacional darían cuenta de la maestría de su prosa, del desarrollo técnico de su trabajo narrativo. Si hubo algo que distinguió a Vidal fue su humildad. Nos asombró a más de uno su sonrisa, su afabilidad, y su enorme sentido del humor. Era un cubano de peso completo. Nos duele haberlo perdido. Hoy sé que murió el pasado 16 de Mayo, en su ciudad natal, Las Tunas, en Cuba. Cuando le pregunté porqué no se exiliaba en México me dijo que sencillamente amaba Cuba. No sé exactamente cuál fue su conducta revolucionaria, pero su respuesta fue suficiente para aprender a callar. Seguirá Guillermo por la calle de Ramón Ortuño, en Las Tunas, con su perro Azabache y su lengua voraz.