jueves, mayo 27, 2004

La desobediencia

La escritura -esa esquizofrénica- se convierte de vez en vez en comisaria de mi tristeza. Acusa con palabrotas como delirio,insoportable y vacío. Nunca acierta completamente. Su intención es buena, sus resultados, pobres. Le he dicho que lea a Alfonso Reyes y verá lo que es bueno: será capaz de hacer ensayos con complicadas reflexiones sobre la piel, ser bravo o la lotería en México. Ermilo Abreu Gómez, que lo intentó, fracasó después de toda su vida.

Mis amigas, esas otras.

Para documentar la misoginia que me posee (¡no es mi culpa, mamá!), sostengo que las dos únicas amigas que tengo no son mujeres. C es un desorden genético que es directora de teatro y D. es escritora. La relación es absolutamente horizontal y están acostumbradas a la crueldad machista de un pobre diablo. No soy ajeno a ellas, por eso ni ellas son mujeres ni yo soy quien soy.
Desobedecer: ahí la cuestión. Como estoy en una especie de incredulidad machista (pronto volveré, les digo a mis cuates), leo "Memorias de una joven formal" de Simone de Beauvoir. Después de mucho (lo cual es insensatez) he comprendido a mis amigas: ellas siempre se han estructurado desde la desobediencia, por eso son tan reales y por eso su escritura es tan sonora, tan palpable, ven esa "otredad" de la que están inmersas las cosas. Descubro el hilo negro para mí con harta ingenuidad.